Abrió la puerta y se atrevió a mirar:
estalló el vacío blanco ante su soledad;
en aquella cama de uno treinta
no había ni sábanas ni esperanza.
Las esquinas angulosas de las paredes
tampoco sonrieron una bienvenida.
Al emigrante le cayó el macuto de las manos.
Bajo aquella única ventana que parpadeaba
muchas vidas tristes a punto estuvieron de licuarse
al fuego lento y muerto de la apatía insomne.
Él nunca lo supo, pero respiró sus anhelos, su humo;
reexhaló sus caladas posadas en las persianas
e intuyó que el aire negro de la calle larga
no iba ya a renovar su puta suerte, su hado legado.
Tampoco aquella otra esquina salpicada,
por no quería saber qué turbios y oscuros fluidos,
le contó dulces sueños de grandeza o listas de éxitos.
Era solo la costra constatación de no ser el primero
ni el último en habitar sangrando espacios conquistados.
El emigrante dejó que el rastro horadado del parqué
le guiase el camino imparable del paso del tiempo.
Y cerró la puerta tras de sí.
http://www.residencia.csic.es/misiones/obra/seccion/obra_24.htm
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