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lunes, 5 de mayo de 2014

CONSTITUYENDO

                                                          I


Y amaneció el día de comenzar a respirar sin representantes políticos. Ni locales, ni autonómicos, ni estatales, ni mucho menos comunitarios. Todos esos cargos había sido abolidos por unanimidad en la votación directa de la nueva Constitución —que estaba y estaría siempre en proceso de aprobación-revisión—, de forma que los ciudadanos que en en cada momento pertenecen a la nación se comprometen a documentarse sobre los temas de cualquier índole que posteriormente votarán en conciencia durante las asambleas regulares o las extraordinarias. Y si no se han formado una opinión, pues, se abstendrán voluntariamente hasta darse cuenta, o no, de que están viviendo sin participar en su propia vida. Mas ello, aunque idiota, es totalmente lícito. No así lo había sido la actitud fraudulenta o cuando menos insolidaria de muchos de los ahora extintos políticos, pues habían aprovechado su posición para lucrarse interesadamente, pese a las críticas circunstancias económicas que sufría la mayor parte de la población. Por ello y como compensación necesaria para ayudar a crear empleo, el pueblo ha decidido que si en los últimos seis años, un alcalde o diputado o senador ha ganado más de un salario estipulado a posteriori en 20.000 euros brutos al año —dietas aparte— y que se ha denominado máximo, deberá devolver la diferencia en los próximos veinte ejercicios descontándosele directamente de la nómina, o bien, en caso de no trabajar, cumplir tareas sociales de voluntariado en asilos y guarderías tres tardes a la semana durante el mismo período. 
Los abuelos se alegraron bastante de que alguien estuviera allí poniendo cara de atento a sus batallas,  y sobre todo de poder vacilar a muchos de aquellos canosos voluntarios que antes les habían amargado la existencia con impuestos y leyes injustas. Y seguro que todos aprenderían algo.


                                                                     II

Cuando el sol se desperezó con la segunda jornada de la nueva era sin políticos —llamada luego la Edad de los Bancales—, casi nadie pudo esperar a que abriesen las puertas físicas de las oficinas de la administración de la Hacienda pública para registrar su negocio, ya fuera personal, es decir, como autónomo, ya sociedad. Y ello, porque los ciudadanos había votado y aprobado en revisión —a ver qué tal iba la cosa— una exención extraordinaria de impuestos durante los primeros tres años para las empresas de nueva creación, siempre que no se superase una facturación máxima de 6.000 euros mensuales, en cuyo caso sí habría que abonar la tasas correspondientes de seguro social y fiscalidad. Así que, a través de internet comenzaron a llegar desde las 00.01 del día señalado todo un variopinto abanico de ideas de negocio —humildes, en su mayoría; arrogantes, otras; pero todas ellas plagadas de la ilusión y creatividad imprescindibles en épocas de crisis—. La web del gris ministerio se fue coloreando, perfumando y animando a ritmo de artesanías innovadoras o recuperadoras de la tradición más olvidada, de proyectos agropecuarios ecológicos maridados con vivificantes creaciones gastronómicas, de mareas resucitadas de bancos marisqueros cuasi olvidados, de sustentos forestales ingeniosos y bioremediadores, o de modestos puestos de barrio en el que se ofrecerían y regatearían cortos o canciones para móvil, prendas de segunda mano, cuadros originales o servicios de canguro o clown por horas. Se trataba sobre todo de pequeños sueños no muy caros de realizar —tampoco muy presuntuosos en ganancias–, pero que si precisaban financiación muy importante apelaban al crowdfunding, como era conocida la incontable hipermasa de mecenas diminutos siempre dispuestos a invertir poco dinero. Y es que los bancos prácticamente habían desaparecido tras la Gran Fusión y la Madre que la Parió, de forma que en las numerosas oficinas abandonadas que estos habían dejado en todas las ciudades, fueron surgiendo poco a poco espontáneos huertos urbanos llenos de zanahorias, tomates o pimientos disponibles para cualquiera, allí donde antes hubo débitos, comisiones o preferentes. Fueron llamados entonces Bancales de Ahorro. Las personas con tiempo, dinero y ganas suficientes los cultivaban para toda la comunidad, pero en especial para quienes estaban pasando necesidad económica transitoria o permanente.
Al final de esa segunda jornada de la Edad de los Bancales, dicen que varias personas que iban a emigrar posaron sus maletas en el suelo, se sentaron sobre ellas a reflexionar mientras probaban los jugosos tomates nuevos, y decidieron dar una oportunidad a sus deseos.


                                                                      III

Aquella mañana en que se cumplía el tercer día de constitución del nuevo sistema de gobierno asambleario, los ciudadanos deberían celebrar una votación crucial para la administración local: el feirón de los sábados. Los alcaldes y equipos de gobierno municipal, así como los concejales de la oposición, habían sido derogados como cargos, mas el músculo de los ayuntamientos —los funcionarios— seguía trabajando a pleno rendimiento en favor de la comunidad. Así que ahora el auténtico esqueleto estructural era Juan Pueblo, cuyos vecinos cada semana buscaban algo de tiempo para informarse sobre los problemas, valorar las posibles  soluciones o proponer nuevos asuntos que creyeran importantes. Todas sus inquietudes las plasmaban, bien en el foro virtual abierto a cualquier hora, bien en el foro real localizado en el Hogar del Pensionista —más conocido como la Moncloa— donde todos los jubilados, y quien gustase sumarse, se reunían diariamente para discutir la actualidad desde tiempo inmemorial. Por ejemplo, los críos de escuela a partir de los diez años acudían la mañana de los viernes, y allí aprendían a escuchar a los abuelos, a respetar a personas desconocidas y sus argumentos desconocidos también, a reflexionar sobre las necesidades de la comunidad, e incluso a veces a expresar en voz alta la opinión propia, aunque todavía ésta careciese de voto. Así se enteraron aquella misma mañana los niños de que con los cien mil euros ahorrados en los trece sueldos de sus ex-concejales se iba a poder reparar el colector de alcantarillado roto, que era lo que provocaba el mal olor de los últimos días —no volverían a quejarse a sus madres por ello—, o de qué manera podría el  ayuntamiento recaudar fondos con el feirón del sábado. Escucharon a una de las ancianas defender la subida de la cuota por puesto a los feriantes, pero también estuvieron atentos a la propuesta de un joven melenudo que aseguraba que establecer una feria franca, sin licencia alguna, para que cualquier vecino pudiese vender sus productos en ella libremente, atraería a muchos más vendedores, productos más variados y mucho más público, lo que significaría también más movimiento económico para las tiendas, los bares, algún espectáculo de calle, etc. Y los críos se sorprendían de que los mayores no lo supieran todo, pero especialmente de que ellos mismos fuesen capaces de pensar que si algo no había funcionado bien en años, ¿por qué no probar algo nuevo?


                                                                     IV

El antiguo grupo de cursillistas en paro se había reducido algo con las bajas de los alumnos empleados por su cuenta, pero aún quedaban bastantes con suficiente labia como para abordar durante el descanso del café matinal el polémico asunto planteado en el foro aquella cuarta jornada de la nueva era de democracia directa: ¿Era necesario un representante de la comunidad nacional, regional o municipal? La ex-cocinera de un gran hotel costero cerrado por ERE opinaba que ni hablar, que para qué volver a aguantar a ningún rey, presidente, alcalde o elemento autoritario que los representase ante otras comunidades, pues lo único que hacían en la etapa recién abolida era salir en las fotos estrechando manos con cara de falsos, cobrar los dineros del contribuyente de modo vitalicio, prevaricar como cosacos, hacer del nepotismo su plan de empleo, o arrastrarlos a guerras ajenas. El ex director de un colegio concertado que había perdido la subvención, no obstante, movía de un lado a otro la cabeza replicándole la falta de un guía visible, tanto gubernamental, como legislativa y judicialmente, así como la necesidad de mantener una línea de acción clara y coherente en cuanto a la alteración del orden público. A lo que el ex guardia jurado despedido por fusión de empresas se sumaba indicando que siempre había habido un representante, alguien que firmase las leyes, los tratados internacionales o propios, los convenios o hasta los títulos de bachillerato, él qué sabía... Pues que sea un simple portavoz del poder popular, un cargo intercambiable, sorteable e ineludible —exclamaba un ama de casa que jamás había sentido la necesidad de trabajar, pero que ahora notaba la presión del fin de mes a mediados del mismo—, tal y como los componentes de los jurados populares. ¿Acaso, cuando nos ha tocado no hemos tenido ya que juzgar a asesinos, defraudadores, ladrones o violadores? Sí —decía la ex-cocinera— eso es mucho más difícil que ir a Alemania a ponerle el culo a la Merkel, o que leer ante una cámara un mensaje navideño escrito por un periodista... Pero si ya estamos haciendo las leyes cada día —saltaba un recién licenciado en Derecho kilómetro cero— y poniéndolas en práctica, además... A lo que concluía el vejete de la mesa de al lado: Cierto, en una democracia directa ya no es necesaria la división de poderes porque el individuo popular rota en el puesto legislativo, ejecutivo y judicial continuamente, por no olvidar que el colectivo popular en su conjunto es incorruptible, inmanejable y, por definición, omnímodo. 


                                                                     V

Un mendigo silencioso de sesenta y ocho años de edad y grandes ojos serenos resultó ser el primer ciudadano voluntario elegido al azar como portavoz del país, para representarlo en la cumbre europea extraordinaria de agosto. Tuvo que escuchar, leer o visionar con mucha paciencia toda la documentación que distintas comisiones voluntarias le habían preparado sobre el funcionamiento de la comunidad internacional, así como sobre los temas más candentes y actuales. Con sus ojos escrutadores fijos en todos los datos expuestos, no hizo demasiadas preguntas durante su apresurada formación, ni se preocupó por desconocer los idiomas extranjeros imperantes. Ni siquiera se mostró nervioso por tener que desempeñar una tarea con la que seguramente jamás soñó —o sí— en su ignota vida. Muchos de sus detractores aseguraban en el foro virtual que el país iba a hacer el ridículo enviando a alguien sin conocimientos, a un muerto de hambre al que nadie podía avalar, pero otros les callaron la boca argumentando que una titulación nunca había sido un requisito para ejercer la política, que tampoco garantizaba el sentido común —que era el menos común de los sentidos—, y que todos habían votado la igualdad de cualquier individuo adulto para gobernar, legislar o formar parte de un jurado. 
Y llegó el día de la cumbre. Todos conectaron el canal Euronews para seguir de cerca las evoluciones de la reunión, aunque no prestaron demasiada atención hasta el momento culminante, pues sabían que de la boca de los comisarios o parlamentarios de la pusilánime UE jamás salía ninguna idea concreta, más que indefiniciones difusas y enormes perífrasis eufemísticas sin nervio o chicha alguna. Por eso, cuando su presidente de turno se dirigió directamente al mendigo portavoz y dejó caer entre toneladas de paja de palabrería que los otros veintisiete estados miembros no podían aceptar el giro alegal que Ñapaes había tomado con la derogación total y absoluta de la clase política representativa, y que ello haría materialmente imposible de facto el desarrollo de unas relaciones fructíferas en el marco del continente y bla, bla, bla... los ciudadanos aludidos, en sus casas, temblaron al darse cuenta de que habían caído en la encerrona comunitaria de ser repudiados internacionalmente, en directo y sin previo aviso, por los que se habían llamado durante veintisiete años sus "socios". 
Entonces el mendigo portavoz se levantó:
—Nuestro pueblo soberano ha decidido cambiar su organización gubernamental por una democracia directa, que implica a todos y cada uno de los ciudadanos del país. Este nuevo sistema no tiene todavía nombre y está en pañales, pero eso a ustedes no les concierne lo más mínimo mientras suceda de nuestras puertas adentro, y espero equivocarme al suponer que pretenden ustedes entrometerse en nuestros asuntos nacionales. Aquí vendremos —yo mismo o cualquiera de mis paisanos—, cuando sea preciso, a aportar algo de sustancia a las decisiones de la UE, porque el trabajo diario lo haremos on line, desde casa y sin gastar los euros en costosa burocracia, para algo estamos inmersos en la sociedad de la información. A nuestro juicio, condenaremos como asesinos a los gobiernos que abusen de sus ciudadanos,  o a los que los utilicen como si fuesen soldados para ocupar territorios y asentarse, o a los que los abandonen vergonzosamente a su suerte, como hizo Ñapaes en 1975 y yo tuve la desgracia de vivir. Nos aplicaremos en materializar ideas, y si no sabemos qué decir, no hablaremos de vaguedades, sino que permaneceremos en silencio hasta hacernos una opinión. 
Gracias, señoras y caballeros. Hasta siempre.


Imagen Parlamento Europeo-Torre de Babel. Fuente: http://fahrenheit2012.files.wordpress.com/2010/07/ima-4.jpg

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