Me marché a la juventud,
dejándome llevar por los rizos de la vida
huyendo de mi propia vejez,
también de mi verdad original.
Y bailé
y reí
y me emborraché de futuro fatuo
por si podía robarle
en algún giro de tacón
minutos de eternidad
a la plaza empedrada de la verbena.
Y no volví la vista atrás
hasta apagarse los últimos fuegos,
hasta despertar en mi mismo presente,
en mi mismo suelo trillado
y en mi antigua traición
del sálvese quien pueda.
Descosida de mi tiempo,
sin ser de cierto
ni de unos ni de otros,
ni de míos ni de ajenos,
ni de antes, ni de después:
cercada en mitad de una llaga sin camino.
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