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viernes, 11 de octubre de 2013

LACONÍA DE LACONÍAS

Las laconías simplemente no existían. Ni siquiera en palabra que les diese entidad, pero ellas deseaban ser composiciones breves, escuetas, concisas, cortas, rápidas, fugaces, lacónicas, sucintas, efímeras o cualquier otro de los abundantes adjetivos que significan parquedad en el tiempo o en el espacio,  y que tan bien se adaptan a la época fulminante que vivimos. Relatos exiguos, sí, pero enteros, completos, rematados, con total sentido, gracia, estupidez, moraleja, fracaso o sensación de finitud, de acabado, de final y finalidad. Las laconías querían ser simples obras mortales, con cuna, camino y mortaja, cuasi humanas. Por eso se nutrieron de actualidad, de sentimientos, de emociones, de personajes apenas nominados ni descritos que podíais ser tú mismo o tu vecino, o hasta vuestro asesino. Tampoco verás las laconías codificadas en un formato literario único, pues pueden aparecer como prosa, verso, diálogos, monólogos, notas de prensa inventadas, epístolas a alguna autoridad o entradas de un bloguero primerizo, por ejemplo. Sin embargo, la energía de las laconías era tal, que me encontró un buen día de mayo, me preñó sin remedio e hizo que yo las pariese como materia lingüística historiada. Ahora están aquí y solo me faltaba contar su propia laconía para prologarlas. 

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