La niña rubia había secuestrado al ogro protestón por su propio bien, lo había llevado por las buenas, agarrado de su suave manita, dentro de la cueva que le tenía preparada hacía un tiempo. Y el ogro tontorrón no había replicado esta vez. Al entrar en la caverna fría y húmeda, lo primero que le hizo su adorable captora fue pedirle amablemente que se quitara la ropa, puesto que aquellos harapos tan sucios que llevaba podían infectar y hacer enfermar sus miembros, así que después de darle una pastilla de jabón de Marsella dejó que su cautivo chapoteara un rato en los charcos que abundaban por doquier. Una vez oloroso y presentable, al ogro pobretón lo aguardaba su flamante benefactora con un suculento guiso calentito de nabos que derramó en un comedero a sus pies, y con una servilleta con su nombre bordado que ayudó a anudarle al cuello. Es para que no te manches, le dijo con cariño, y esto, añadió mostrando un bozal enorme, será mi regalo: el silencio con el que jamás volverás a oír tu estruendosa voz.
Al cabo de divertidas semanas de intrincados juegos de Monopoli bursátil en los que siempre perdía el ogro bonachón sin posibilidad de réplica, la niña dorada consiguió, amén de ganarle sus exiguos ahorros, convencerle de que pagara sus deudas cortándose los pies, la lengua (por lo que pudo liberarlo con inmensa alegría del incómodo bozal), las orejas, los cojones y las manos, por este orden.
Entonces, la niña rubia de bote a la que se le notaba una raíz capilar de más de una cuarta y una densa barba entrecanosa, tendió hacia el tullido ogro carretón sus viejos harapos y le dijo sibilantemente:
-La realidad me ha impedido cumplir con mi programa. Ahora, vete a Alemania y búscate la vida.
INTERESANTE HISTORIETA MUY AMENA
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