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miércoles, 19 de junio de 2013

EL DÍA QUE ALGUIEN DEFRAUDÓ

No lo esperaba de ti, cabrón. De ti, no, jamás. ¿Cómo pudiste? Aunque en este podrido mundo supiera que los seres íntegros son prácticamente inexistentes y que casi todos albergamos en el fondo de nuestra alma una malignidad que de seguro constituye nuestra propia condición humana; aunque todos los días desayunemos ejemplos de inaparentes monstruos que pueblan la cola del paro, del supermercado, de las manifestaciones o del Dragon Khan... hice de ti el símbolo de la lealtad. Te elevé a los cielos por tu capacidad de volcarte con nosotros, por tus fieros ataques contra cualquier enemigo que desestabilizara la familia, por considerarte mi gran hermano mayor valeroso y frágil, mi sempiterno salvador de las situaciones de urgencia, el enorme pacificador de la jauría que somos, el héroe de barrio conflictivo, el pichichi de todos los maridos, el único en tu puesto y en nuestro corazón...
Ahora que he descubierto que eres como todos, un engaño, creo que no puedo dejar de quererte. Pero ella sí.

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