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lunes, 14 de julio de 2014

NO LO SABRÍAN JAMÁS

Se largaba para siempre. Detrás del portazo no quedaría más que la nada en su cabeza, porque no quería volver a pensar en sus hijos llorones y su marido más llorón aún. Tendría que acallar durante una semana, por lo menos, en su conciencia desbocada la imagen de su suegra retrógrada Felisa hablándole por boca de sí misma: "Cabrona desalmada, yo ya sabía que acabarías abandonándolos a su suerte; pérfida más que pérfida, que no tienes ni un soplo de  alma, ni dios, ni patria, ni ley que acojan tu espíritu demoníaco en ninguna cloaca inmunda, bruja de las marismas —diría ella, que era de interior—". 
Y la ex-nuera no le respondería en principio mas que miradas directas a unos ojos acusadores que la estudiaban desde el otro lado de un espejo gastado, sin apenas azogue retiniano que reflejase la realidad trágica. Hasta que al cabo de días de autocastigo y desprecio por sí misma, tomase conciencia de los motivos de su drástica decisión y les espetase a través de su imagen, cada vez más levemente  reflejada, a la bruja de su madre política, al desgraciado de su esposo y a los angelitos de sus hijos:
—No tengo amor para vosotros, tampoco me queda mucha vida que compartiros. Me muero y quiero hacerlo sola. Adiós. 

Solo que ellos jamás lo oirían. 


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