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jueves, 12 de junio de 2014

OTRO FUEGO

Aquella mañana Darubi cogió un mimbre seco de los de hacer cestos, sus ocho años de existencia en la aldea y un objetivo casi tangible. Buscó un claro del bosque, se sentó sobre sus cándidas piernas flexionadas y abiertas en v, colocó un tronco atravesado sujetándolo por el peso de sus rodillas, y comenzó a hacer girar sobre este el delgado mimbre en un sentido y el contrario frotando sucesivamente las palmas de las manos. Sus pensamientos volaron pronto hasta el arroyo que oía discurrir a su espalda, cosquilleando suave pero firme el cauce de piedra hasta hendirlo sin prisa, sin pausa y sin remedio. En su aplicado afán, Darubi pegó la varilla al ángulo agudo que formaban sus extremidades y continuó. A ella, como a la tierra, también le gustaba tumbarse en el lecho del riachuelo y sentir cómo el agua fluía dulcemente por todos los pliegues, hasta los más recónditos, de su cuerpo, moldeándola. 

Así que, cuando su ser fue incendiado por aquel súbito fogonazo de placer que la arrasó y dio con ella en el suelo, Darubi, que significa "la que hace saltar la chispa", supo que acababa de descubrir un fuego interno tan poderoso como el que consume el monte, pero, ¿cómo?



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