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martes, 10 de junio de 2014

LLAMAS

Las llamas crepitaban en el aire y lo lamían bailando hasta ascender por lo menos a dos metros del suelo arenoso, impasible. Los chicos quemaban esa noche apuntes, cunas desvencijadas de primos y hermanos crecidos, sofás que habían aguantado las más incruentas batallas amorosas e infantiles en mitad del salón, mas no las húmedas mantas de la niñez a las que ellos siempre querrían volver buscando abrigo, esas no. 

Ardía el pasado entre olores de un mar pescado, capturado y dominado en el sueño humano más viejo del mundo: volver a él algún día lejano, entre el caos de las olas. Por eso se bautizaban en vino unos, los jóvenes por vez primera, y otros, los ancianos centenarios, por si esta fuera la última, en aguardiente bravo entrechocado en mil brindis hasta sacarles chispas a sus quillas apolilladas. 

Y en medio de la comunidad de coloradas mejillas, el sagrado fuego que a todos atraía y repelía lo justo y necesario; el dios calorífico que sustituía al sol cuando este se retiraba cada ocaso a echarle un polvo a la luna, por su lado más oculto, más mágico y oscuro; el tesoro robado a Natura con dolor mítico, ingenio creativo y técnica cauta; el milagro de la consunción y el renacimiento.

—Niño, no se mea en la hoguera de San Juan, que te seca la picha. 





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