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miércoles, 19 de marzo de 2014

AGUAS DE MADRE

Veinte años después, el biólogo Pedro se ganaba la vida alimentando a las focas, los delfines, las orcas o los caballitos de mar en el zoo natural de su localidad. Pasaba mucho más tiempo del que rezaba su contrato nadando en las piscinas de agua de mar del centro, con lo que semejaba entenderse de maravilla con aquellos seres resbaladizos y mágicos que vivían en el líquido elemento. Curaba sus enfermedades, diseñaba las actividades de ejercitación que debía realizar, proyectaba sus dietas y colaboraba en su administración. No había vuelto a pisar la Plaza Vieja de la ciudad desde su infancia, hasta que un buen día su tía cincuentona, la maestra de instituto que lo había criado, lo llamó para citarlo en la fuente central de la misma. Le dio un doble beso en sendas mejillas maquilladas cuando llegó para después sentarse a su lado en el círculo de cemento que rodeaba la pila, de espaldas al chorro de agua. 

—¿Recuerdas algo de tu madre, Pedro? Ya sé que tú jamás la conociste, pero...

—La recuerdo a través de tus recuerdos y los que los abuelos me han contado o me han mostrado de ella: que era alegre como una primavera, huidiza para lo que no quería como una culebra... Quizás también escapó de mí porque no quería afrontar la responsabilidad de un bebé. Eso es algo que me atormentó durante mucho tiempo, de niño.

—¿Sabes que una tarde de hace muchos años te caíste de mis brazos al agua de esta fuente? —preguntó de pronto la mujer.

—No lo recuerdo. ¿Sí? ¡Qué susto, no?

—Cuando te saqué sonreías sumergido en el fondo y después la llamaste "mamá".

Pedro permaneció unos segundos eternos mirando las parábolas del agua, como intuyendo ahora la última pieza del rompecabezas que siempre le había faltado para entender su vida. El fondo se mostraba verde, apenas iluminado por la luz del tenue sol de febrero, pero en su mente revivió aquella imagen primigenia con la que creía haber soñado machaconamente toda la infancia, ahora casi olvidada, y que, por tanto, era real. Su madre le hablaba, lo acariciaba a través del líquido amniótico que los uniría para siempre y ello lo hacía sentirse tan confortado en las piscinas, en el mar o en cualquier espacio líquido en el que pudiera sumergirse. Le dijo entonces a su tía:

—Ella me cuida desde el agua. 

—Lo sé. Lo supe ese mismo día en que también cambió mi vida, hijo. Supe que no resbalaste de mis brazos, sino que ella te llamó. 


Imagen: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Liquido_amniotico.jpg




2 comentarios:

  1. Linda y muy tierna tu historia, Xabelia. Siempre es un gusto leer estos trozos de vida que nos regalas. Saludos

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  2. Hermoso Sabela..adoro leerte! Un abrazo

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