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martes, 18 de marzo de 2014

ALEA IMPERATA EST / LA SUERTE ESTÁ CONTROLADA

Eran seiscientos y solo cinco plazas. No podía dejar ningún cabo suelto, no podía arriesgar. Tenía el esquema mental de todos los temas grabado a fuego en su córtex, así como los archivos de todos y cada uno de los epígrafes y subepígrafes posibles almacenados con orden en los anaqueles neuronales convenientemente engrasados. No obstante, sacó discretamente el móvil en cuanto se acomodó en la primera fila junto a la puerta. <Je, ventajas de apellidarse "Abelleira">. Pulsó el REC con dedo firme bajo la mesa enfocando ligeramente hacia arriba. Durante media hora no paró de acumular caras y nombres... <Pérez Fernández, Marisa>. Y entraba Pérez Fernández, Marisa azorada, con la carpeta en el brazo como un bastón de apoyo y el carnet de identidad en los dientes, ojerosa de no haber podido abarcar más que la cuarta parte del profuso temario, jugándoselo a la fortuna, ¿por qué no? Marisa, fichada. Y, como ella, todos aquellos incautos hasta llegar a los Yáñez o los Zaragoza o los Zúñez. 

Él hizo un examen brillante, calculaba que de 9,80 por lo menos, pero no era suficiente, no podía quedarse con los brazos cruzados, relajados, repitiéndose aquello de "alea imperata est", no. Nadie se percató nunca de que, en aquella oposición fatídica, el 80% de los candidatos había muerto en extrañas  circunstancias y por orden alfabético. Nadie, porque solo hubo que lamentar que cuatro aprobados —él quedó en primer lugar—, por extraño que parezca, jamás solicitaran la plaza. Y los suspensos muertos, por supuesto, no llaman la atención. 



Imagen: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Dead_man%27s_hand.jpg

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