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viernes, 7 de febrero de 2014

EL GRANO

Al aplicarse la leche hidratante en la parte posterior del hombro derecho notó un pequeño grano al que apenas hizo caso. Sería una espinilla infectada. Pero ni siquiera le dolía. Bah, mejor. ¿Sería, tal vez... ? No, no, era demasiado pronto. Y, sencillamente se olvidó de aquello y continuó su recién estrenado día, el primero del segundo año ya como secretaria general de la universidad de su provincia. Condujo hasta el aparcamiento del Rectorado, saludó al guardia jurado de noche que ya se retiraba y trabajó hasta que las gafas se le cayeron solas de las orejas, a las dos menos cuarto de la tarde. En ese tiempo había resuelto tres expedientes peliagudos con el Comité Abierto de estudiantes,  contratado a dos profesores asociados —no pasó por alto el sutil interés de su Rector en aquellos sujetos anodinos y con apenas un pasable historial académico, ni tampoco la sensación de que el bulto de la espalda le estaba creciendo por momentos—, también había impulsado con decenas de llamadas personales la difícil financiación del próximo seminario de la Facultad de Química, y casi al final de la mañana, discutido vivamente con el Decano, aquel cabrón loco y revolucionario trasnochado que cuestionaba su nombramiento desde hacía meses. Así que cerró el despacho, salió hacia el aparcamiento, saludó a los guardias jurado que se relevaban en el turno y se marchó a su casa. 

Al día siguiente, a las siete y media en punto, volvió a entrar en la ducha y ahora sí fue consciente de que el grano era ya como un garbanzo. Se miró en el espejo del baño y, efectivamente, allí estaba el hermoso bulto de la distinción, el que no había logrado por nacimiento, sino por trabajo duro, por el alto nivel de sus actuales relaciones sociales y, por supuesto, por la eterna gratitud a su mentor. El grano que solo unos pocos distinguidos conseguían en la vida y que otros, envidiosos, calificaban de marca de nepotismo. 



Imagen de http://hhospitalariossja.files.wordpress.com/2012/02/nepotismo2.jpg

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