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jueves, 2 de enero de 2014

LA ILUSIÓN PERDIDA

Tenían todo tan bien montado... que no era de extrañar que muchos niños estuviésemos hasta los nueve años inocentes como calandrias, y que una vez crecidos fuésemos pasto de tiburones bancarios. Hasta en el Telediario salía aquella rubia sonriente que con la misma expresión de yoestoyalmargendelbienydelmal anunciaba la imparable subida de la bolsa, la rebaja en picado de los tipos de interés o la puntual salida a las cinco de la tarde de absolutamente todas las Cabalgatas de Reyes del país y parte del extranjero... Por lo tanto, era verdad. Yo misma, sabiendo ya escribir con mayúsculas y minúsculas, mandé mi carta online, y las de mis hermanas, a una web de dibujitos de camellos, hombres de barbas y pajes, de grandes letras en purpurina que rezaban  "pide aquí tus deseos" y que en nada se diferenciaba de las ofertas en línea de aquella financiera a la que también se apuntó papá para que nos regalaran la tele lcd o para comprar nuestra casa. Aquellas webs, sin duda, eran el summum de la evidencia palpable de que los Reyes y la sinceridad en los negocios de crédito existían en algún punto de la inmensidad de la red, o de que por lo menos unos y otra pertenecían a un determinado tipo de realidad similar. Si hasta te daban un resguardo que podías imprimir y un número de identificación de peticionario...

Mas cuando el hijo del vecino de arriba se rio de mi en plena calle y me espetó que lo de los Reyes era una patraña y que el dinero de la Barbie salía del trabajo de mis padres, lo empujé al suelo, le arranqué las hélices a su microhelicóptero teledirigido y subí llorando por la escalera hasta casa. No lloraba por la rabia de haber sido una tonta, sino porque a lo mejor mi padre, ahora en paro, también había sido un iluso. Cuando me abrió la puerta, sus ojos llorosos me confirmaron que sí.

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