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viernes, 31 de enero de 2014

CONTINENCIA VERBAL

En cuanto fue capaz de pronuciar la primera frase inteligible a los veinte meses, no hubo quien lo callase. En cualquier momento y sin apenas herramientas lingüísticas, improvisaba el relato a su familia o a cualquier interlocutor presente de la realidad observada a su alrededor o recordada en la memoria. "María... a Barselonna..., sí, avión... brrrr  (despliegue de brazos en cruz y correteo por la sala para dotar a la narración de intensidad cinética). No miedo... con la pima..." Incluso por teléfono, a esa edad en que los críos solo gustan de toquetear el aparato y visualizar sus contenidos, o bien de escuchar muy callados, como riéndose de los mayores, aquellas voces ñoñas pidiéndole besos a porrillo, él saludaba a sus tíos con tal locuacidad y alusión de detalles, que normalmente los interlocutores remataban aquellas conversaciones pidiéndole hablar con papá o mamá para poder zafarse y hacer otra cosa productiva en la mañana. Comprensiblemente, su juguete favorito era un micrófono con el que iba agarrándose al mundo por descubrir y, por las noches, se quedaba dormido hablando solo después de haber vencido dialécticamente a sus hermanos, al lobo del cuento, o al abuelo y sus batallas...

Así pues, cabía pensar que aquel niño acabaría siendo locutor, subastador de pescado en lonja, chalán de feria, conferenciante, expositor, teleoperador o cualquier otra profesión en la que diese rienda suelta a su desaforada ejercitación oral. Mas, cuando cumplió cinco años y alguien le preguntó qué quería ser de mayor, aquel canijo lengua de trapo contestó sin dudarlo:

—Espía.

—¿Espía? ¿Y por qué espía?

—Porque para decir cosas importantes, tengo que escuchar mucho.




Imagen: 

Portada del disco bla bla bla de Rutina idiosincrásica.

1 comentario:

  1. Me encanta el canijo lengua de trapo, que vencía dialécticamente a hermano, y personajes de cuento. El final, muy bueno, sobre todo en una época en que casi nadie nos escuchamos. Saludos.

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