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lunes, 3 de febrero de 2014

EL SUEÑO DORADO

Estábase la princesita en su torre, encerrada, aburrida y melancólica, entregándose a la lasciva tarea de matar el lento curso del tiempo saboreando los placeres de su propia carne caliente y virgen. Era tan sofocante el escozor que le producía la tirantez de su piel las tardes de verano, que, pese a un riguroso propósito de enmienda, siempre regresaba y caía, se hundía y deleitaba en aquel juego devorador de almas y voluntades. No le cabía la menor duda de que tal actitud era producto del Maligno y sus terribles tentaciones. Ese pensamiento lo corroboraban aquellas ligeras rojeces que atisbaba en su blanca anatomía, cuando se miraba en el gran espejo dorado de la alcoba.
Siempre sucedía igual: comenzaba por descubrir uno de sus redondos hombros ante el reflejo. Se acariciaba suavemente en círculos, y el rojo sobrevenía  inexorablemente. La necesidad, entonces, de solazarse en su cuerpo le arrebataba el resto del terciopelo del vestido que, desvanecido en el suelo, le revelaba la imagen de una hembra enardecida y deseosa en el entreabrir de su sonrisa rosada. Luego, entre lentas vaharadas asfixiantes que empañaban estancia y espejo con nebulosas flotantes, su visión imprecisa creía detectar tras ella, depredadora apabullante de sí misa, otra figura si cabe más animalesca: la de un macho cabrío humano, un oscuro fauno que la miraba desde mucho más atrás del reflejo, riendo. Y en su carcajada dejaba entrever una descarada lengua ondulante que la alcanzaba, rodeaba su cuello, su pecho e iba reptando como una babosa, entre espumarajos rojos, hacia su bajo vientre, mientras su verga desenvainada, en paralelo, pugnaba a través de sus muslos por embestir como un ariete ávido el espejo pulido. Así una y mil veces hasta que cedía el cristal y una explosión de agujas afiladas atravesaba el aire en todas direcciones dando al traste con la princesa, extenuada y espatarrada en el suelo.
En ese momento se oye un ruido metálico seguido de un silbido estridente. Desmañada, ella recoge sus ropas, se cubre con rapidez y en vano intenta mesarse los alborotados cabellos antes de meter la cabeza por entre las rejas de la ventana más alta de la torre. Mira hacia abajo.
_¿Quién?
_El príncipe azul _pronuncia él con clara obviedad.
Sin dudarlo, la princesa se agacha junto a la cama, agarra la bacinilla de porcelana china y la lanza olímpicamente al vacío. Abajo se oye un crash rotundo, un ay lastimero y un relincho jocoso, pero ella continúa amorosamente sacando brillo a su querido espejito dorado.

Imagen del dibujo de Fran Torrecilla sobre el cuento.

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