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viernes, 13 de diciembre de 2013

LA BOTELLA ES EL MENSAJE

Cuando Alicia Carroll se despertó, el dinosaurio ya se había largado. Aún así, notó el suelo duro y frío en demasía, hasta que una cabeza de sardina tan grande como la suya, relamiéndose, le hizo dar un salto instintivo hacia atrás. Chocó con una superficie, otra vez, pulida y redondeada. Mierda, de nuevo había vuelto a empequeñecer y estaba encerrada en una botella de cristal que, además, flotaba en el mar. ¿Por qué siempre buscaba madrigueras en los sitios más inverosímiles? Aunque allí no había ni rastro de conejos. La sardina merodeaba en torno a ambas —ella y la botella, que ya eran una— y pegaba la afilada boca de pez a su cara para decirle algo que no pudo entender; luego se marchó sigilosa a integrarse en la inmensidad sobrecogedora del banco azul-plateado al que pertenecía. Sintió pena por sí misma.

Alicia comenzó ahora a notar la falta de oxígeno, se le estaba acelerando el pulso: tenía que sacar el corcho rápido, sin que el agua entrase y las llevase al fondo del océano. Menos mal que su contenedor era una de aquellos frascos tubulares de perfume con el tapón unido en bella cadenita de plata. Reptó por la suave superficie hasta el ancho cuello, empujó con todas las fuerzas que le quedaban hasta notar que cedía, y con agilidad gatuna logró salir al exterior sin soltar los eslabones. Después  volvió a tapar el orificio, y con ayuda de su casual rienda, no sin esfuerzos, cabalgó a horcajadas la vasija. Luego dejó que todos sus músculos se relajasen abrazando lo que ahora ella misma había transformado en su navío de vidrio.

Tras una siesta que no supo calcular cuanto duró, Alicia fue físicamente consciente de que, al contacto del pulido cristal, no llevaba bragas, y que aquella circunstancia tendría cierta implicación en el acto de pilotar el improvisado barco, tal y como había proyectado. Así y todo, se puso vagina a la obra. Trató de impulsar la botella con movimientos pélvicos hacia delante, acompañados de aleteos de los pies y las manos apenas dentro del agua y, efectivamente, coincidió con Fellini: "e la nave va". No obstante, aquel rítmico ir y venir sobre la pulida y mojada superficie cóncava del tubo, colocada en tan franca y receptiva posición, tenía un efecto subyugante sobre la capitana, quien, desenfrenada, se abrió la blusa, se subió al cuello el sujetador y aceleró la marcha asiéndose a la vasija como si fuera su último anhelo en la vida, y verdaderamente lo era. De tanto impulsar y de tanto resbalarse, el frasco acabó hundiendo su base en el mar e izando el cuello hasta alcanzar la vertical, que acto seguido tumbó de espaldas a Alicia en el mar, y a su barca sobre ella. 

Feliz y de nuevo cabalgando las olas sobre su vidrio, supo que el mensaje siempre es la propia botella que resiste el embate del océano.




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