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miércoles, 11 de diciembre de 2013

DELINCUENTES NOVELES

Por aquella puerta azul, gélida, que no se atrevía a cruzar ni una sola vez más, salieron cientos de personas durante toda la mañana del día diez. Debía de llevar divisándola a lo lejos por lo menos cuatro o cinco horas, pero no acababa de decidirse aunque el momento de la salida del cole, las circunstancias y la mala suerte apremiasen como cuchillos cortantes. Desde la semipenumbra de su mirador distinguía bien, no sin sorpresa por su parte, la crispación con la que muchos clientes abandonaban el local, con los dientes y los puños apretados; la serenidad que proporcionaba a unos pocos un horizonte económico nítido; o la  frustración amarilla de bastantes, que habían sido engañados ante sus propias narices ahorradoras.

Esta vez le pareció encontrarlo. Era calvo, lento de reacciones y aparentaba unos ochenta años bajo aquella obesidad mórbida y remolona. Tardó por lo menos cinco minutos en aproximarse a la entrada del oscuro soportal en el que él se ocultaba expectante, tantos como el observador tembló sudoroso ante la perspectiva de transformarse ya sin remedio en un odioso delincuente. Empuñó con mano húmeda el destornillador de su banco de carpintero en paro y lo mostró amenazante ante los ojos del anciano en tanto se oía decir nervioso: "Dame todo el dinero que llevas, viejo". 

El viejo solo acertó a orinarse encima. Y él, también.


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