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martes, 12 de noviembre de 2013

LA LOSA DE LA TRADICIÓN

Song Li había querido ser médica, rubia e independiente, pero su padre y su raza no le permitieron ni entrar en una universidad europea, ni teñirse bruscamente como una zorra platino —sí iban, ella y su hermana, acastañando con discreción e inflexibilidad su terco flequillo de ala de cuervo en la pileta de casa—, ni por supuesto irse soltera del hogar familiar con el dinero que ganaba de cajera en el supermercado del barrio, que estaba emplazado justo enfrente del Gran Bazar, donde no quería ni poner sus diminutos pies. Y es que otro capricho occidental que Song Li deseaba incluso más que las tortas de maíz que devoraba puntualmente en el descanso laboral, lejos de la mirada censora de sus ancestros criados con arroz, era calzarse unos zapatos de tacón de vértigo. El problema era encontrar una talla 32 con aquellas alturas afiladas por las que suspiraba una mujer de metro cincuenta de estatura, así que aquella jovencita chinoespañola se consolaba hablando a todas las horas que le dejaba libres el trabajo con aquel novio concertado y sonriente en la foto del wasap, a más de mil likómetros de distancia. ¿De qué? Seguramente de los sueños que jamás se atreverían a cumplir, juntos o por separado.

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