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miércoles, 13 de noviembre de 2013

PALABRA DE DIOS, LECTURA DE HOMBRE

—(...) Palabra de Dios...

—Te alabamos, Señor.

—Podéis sentaros... —Se oye en la capilla el unísono rozar de los traseros contra los bancos, signo inequívoco de que los fieles aguardan ya su homilía. El viejo  sacerdote carraspea y despliega en semicírculo un esbozo de mirada desde el púlpito, queriendo abarcarcar sin poder al auditorio entero en su ciego glaucoma— Ejem... Hermanos, queridos feligreses de esta pequeña parroquia casi perdida en medio de las montañas y en mitad de la iniquidad humana hoy reinante, habéis escuchado, espero que con atención, en el Evangelio de San Juan, esa parte de la vida de Jesús donde nos lo muestra disfrutando de una celebración, de una boda, concretamente, la de Canaan, a la que ha sido invitado junto con sus discípulos y su madre, la Virgen. Muchos pensaréis que los novios son los protagonistas de esta clase de eventos, que sin ambos o sin alguno de ellos no se podría llevar a término el sacramento del matrimonio. ¡Qué ingenuos! ¡Qué egolatría tienen algunas personas que se imaginan imprescindibles y no son más que el diminuto objeto de la divina voluntad del Todopoderoso en sus miserables vidas! ¡Si Jesús no llega a estar en esa fiesta de ineptos, de mentecatos, de negligentes que invitan a cientos para darse pote cuando solo tienen vino, y del malo, para satisfacer a unos cuantos, entonces el convite habría sido un fiasco! ¡Un fiasco, con novios o sin novios, con padrino o sin él! ¡La figura principal en todas las bodas es el ministro de Dios, el sacerdote, o sea, el emisario de Jesús, como se ve en esta lectura, así que nadie se asuste porque el domingo pasado yo haya casado a Marica do Torto sin que hubiese llegado aún su prometido, que se retrasó una hora por el accidente de coche! Casados están, y si él se hubiera muerto, ella ahora sería viuda. Y punto. Creo en un solo Dios,...

—Padre Todopoderoso... —siguieron todos alzando voz, cuerpo, pero no espíritu. 

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