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lunes, 4 de noviembre de 2013

DESCERRAJAR PUERTAS

Leonora precisó que ella vivía allí donde el mar rompe cada año la balaustrada del paseo marítimo y se despidió. Eso picó mi atención y me hizo suponer que Leonora se sentía predestinada a las fatalidades del destino, mas yo no sabía nada de ella y eso me abrumaba un poco. "Bueno, je, tal vez", me dijeron quienes conocían el cuento de sus pesares por culpa del viejo Caramujo, siempre con su baba pegada a las faldas de mujeres que no eran la suya, la infeliz Leonora. Se habían separado años atrás, justo a partir del día en que ella entró en la cerrajería de improviso y no le quedó más remedio que ver cómo la llave de su rijoso marido era engullida por la cerradura engrasada de aquella bettyboop de tres al cuarto que era su reciente empleada. Salió de nuevo por el umbral apenas cruzado y cerró de un portazo, no sin antes reunir el temple de verter medio bote de silicona que traía para pegar una lamparilla, por el pestillo de la puerta. Tuvieron que descerrajar el pomo a hachazos para sacerlos de dentro entre los cuchicheos y abucheos de todos los vecinos, pues el local —ya clausurado hoy, como el affaire de los tórtolos— estaba en la plaza mayor. Sí, ahora Leonora vive,  soltera, de la mitad de los bienes de su adúltero esposo justo enfrente del mar atlántico más bravo que destroza todos los años sin falta el balaústre de piedra del paseo del pueblo, pero que a diferencia de ella, no hace nada por evitar su mala suerte.

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