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martes, 1 de octubre de 2013

POR SIEMPRE TRABAJADORA

Hacía tres horas que se había levantado, con el alba, para poner a ordeñar las treinta vacas de la explotación, servirles más maíz en los comederos, atender al camión de recogida de la leche para la distribuidora, ducharse, vestirse, hacer los desayunos de los gemelos, despertarlos, ayudarles a abrocharse los cordones de los zapatos, así como a preparar las mochilas, acompañarlos a la parada del bus escolar y comentar con las vecinas la impresión sobre los nuevos profesores de este curso, o sobre el precio más económico de dos violines con sus cajas y afinadores respectivos para las clases de música dos tardes a la semana.
Cuando, rendida, de vuelta en casa se sentó en su butaca favorita, dispuesta a zamparse una enorme taza de café negro con torrijas, el sueño la atrapó antes de probar bocado. Un buenos días estridente la despertó, apenas cinco minutos después, sin un ápice de conmiseración. 
—Arriba, Maruja, dormilona, que hay que aprovechar el día...
La seudodurmiente ni movió un párpado. La otra, uniformada de arriba a abajo en blanco nuclear, miró a hurtadillas el reloj de la pared y volvió a la carga zarandeando suavemente la cama, esta vez.
—Vamos, Maruja, hay que ducharse para luego desayunar y bajar al jardín con sus amigos; hoy hace un día precioso y soleado. 
—Llevo tres horas levantada y funcionando, déjame en paz. Todos los días, igual. Sois unas zorras estúpidas que venís a joderme...
—Maruja, no diga eso. Yo solo quiero que usted se asee, baje al comedor y luego ya podrá volver a dormir, o jugar a la brisca o ver la tele, si quiere. Ya sabe que hoy ponen ese programa de "La vida en el Agro" que tanto le gusta... ¿Es que le recuerda a usted misma en su pueblo?
—Hoy es la feria del 1 en Teixeiro, ¿verdad? Podría llevar unos quesos y unas  pellas de manteca, a ver si saco unos duros para los violines...
—Pues, si quiere la ayudo a ducharse y vestirse, que así se arregla usted más rápido, y recuerde que vendrán sus nueras a verla—. La cuidadora levanta las mantas y acomoda el antebrazo bajo los hombros de la anciana en tanto se impulsa con la piernas flexionadas para incorporarla. —Pero cómo ha sudado usted esta noche, Maruja.
—Mujer, ¿no te he dicho que llevo toda la mañana de trajín? Tengo dos pequeños que mantener.


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