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viernes, 27 de septiembre de 2013

MATAR Y PERDONAR LA VIDA

Arthur llegó a la madurez un poco harto de escuchar a su madre aquella hazaña de la infancia. Ella siempre repetía más o menos lo mismo: con sólo cuatro años de edad, su hijito había desarmado moralmente a uno de los sanguinarios terroristas que, durante el asalto al centro comercial de Nairobi en 2013, mataran a 62 personas e hirieran a más de 200. Al ver como le disparaba a su mamá en una pierna, el chiquillo había encarado al muyahidín de detrás del rifle con sus ojillos negros llorosos y le había espetado: eres un hombre muy malo —repetía su madre siempre con las mismas lágrimas. El gigante, entonces, los liberó.
Arthur creció azuzado por la pátina de justicia que su familia esperaba de él, así que se matriculó en Derecho en Cambridge University con una beca del Estado confiando en llegar a ejercer como juez o magistrado. No obstante, Arthur suspendió una y otra vez sus asignaturas, de manera que jamás pudo completar aquella carrera. Los que sí llamaron poderosamente su atención fueron los conflictos internacionales, en especial en el Cuerno de África y el Magreb, y quiso entender por qué un hombre en su complejidad es capaz de matar y perdonar la vida al mismo tiempo. Estudió, décadas después del suceso, la entrada del ejército keniano en el sur de Somalia en 2011; la actividad de la milicia Al Shabab afiliada con Al Qaeda, a la que pertenecían los asaltantes, para crear un estado islámico en aquel país; el enquistado enfrentamiento religioso; o la sempiterna intermediación de Occidente en los asuntos del continente negro. Arthur llegó a la conclusión de que pocos  quiere ser malos per se, pero pueden acabar siéndolo, y mucho, en determinadas circunstancias. Entonces se hizo budista y se marchó al Tíbet.

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