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jueves, 19 de septiembre de 2013

TAMBIÉN LAS MULTAS

Se levantó, como todas las mañanas desde hacía quince años, tres meses y dos días, a las siete y cuarto. Se duchó, se afeitó, engulló la tostada y el café largo negro, besó la dormida mejilla de su novia, y salió por la puerta de su apartamento veinte minutos después. Arrancó el coche recién comprado con  
el paro capitalizado, preservando los veinte mil euros que había recibido de finiquito en un depósito extranjero, mejor retribuido, a veinticuatro meses, pues con los ahorros más el salario de ella, afrontaba sin miedo esta nueva etapa profesional. De hecho, desde hoy seguiría haciendo exactamente las mismas llamadas que hacía de continuo, convencería a semejantes clientes para contratar servicios idénticos a los que tenía por costumbre y descartaría de forma tajante pero educada aquellos negocios de alto riesgo. La nimia diferencia estribaba en que el seguro de autónomos corría de su cuenta, la factura del teléfono móvil de empresa llevaba su propio nombre, el despacho lo pondría su cliente o incluso sería un bar cualquiera del centro; se había acabado el plan de pensiones de empresa, así como el aire acondicionado de la oficina, las comidas de representación por cuenta de la sociedad y las pagas extra. Miró el membrete de sus contratos en blanco con el mismo logo que lo había despedido el viernes y vuelto a fichar mercantilmente el lunes. No le quedó otro remedio que acelerar, pendiente de no llegar tarde, pero también de no superar la velocidad permitida. 

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