MIEMBROS COMPUTABLES Y NO COMPUTABLES

El flamante presidente de aquella empresa hasta hace bien poco considerada  insignia de la economía pesquera habló con determinación a los cientos de acreedores reunidos frente a él en un carísimo salón de un exclusivo hotel neutral. Nadie diría que ese hombre había sido elegido con la máxima urgencia y nocturnidad que exigen la imputación por falsedad de cuentas y estafa de su predecesor. Y aún así, ni carraspeó cuando puso a los distinguidos y tangados oyentes en la disyuntiva de que, o bien le condonaban el 75% de un multipréstamo de más de mil millones de euros para que con el resto pudiese la empresa reflotar poco a poco sus beneficios y volver a darles alguna alegría monetaria como antaño; o bien dejaban que se  fuera todo al garete, empezando por los diez mil pobres trabajadores que se tendrían que ir lamentablemente al paro ante su fría e ingrata impasibilidad. El argumento, hay que reconocérselo, era arriesgado pero  audaz, puesto que la enorme quita, repartida entre tan nutrido grupo de acreedores bancarios se adelgazaba bastante, sin olvidar que el presidente les estaba vendiendo sin mencionarlo que lo que perdieran sería en aras de unos contribuyentes que antes los habían rescatado vía Bruselas, así que, ojo por ojo, la que salía ganando siempre era la firma. Todo hubiese resultado incluso heroico  para aquel director ejerciendo de paterfamilias, de no ser por el suicidio ese mismo día de otro vecino más, deshauciado por causa de su hipoteca bancaria. Ese miembro computable no había tenido un padrino intercesor trajeado que tomaba sus gin tonics en las altas esferas económicas y políticas.