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lunes, 2 de septiembre de 2013

SU DÍA

Aquel día divisaba tras los visillos por lo menos una decena de coches aparcados en las inmediaciones del tanatorio. A su entender eran coches caros, de alta gama, así que suponía que esta vez le había tocado a algún pez gordo del pueblo, pero, ¿a cuál? Como no reconociera a ninguna persona de las que por allí pululaban, no podía acercarse y preguntar indolentemente quién había sido el o la finado/a.  Y la reconcomía esa ignorancia: la vecina más cercana a la casa mortuoria no podía dejar de conocer ipso facto las muertes recientemente acaecidas, ni tampoco, una vez confirmados unos cuantos datos, correr apoyada en su bastón de cedro negro con incrustaciones de plata, hacia la tienda de la esquina con alguna excusa verosímil, para dar a todos la mala nueva cual planidera profesional de corrillo. "¡Ay, (suspiro largo) pero qué pena, Virgencita, siempre se van los mejores! ¿Qué fue lo que sucedió?, hable, por Dios. Rosa la Picaraña, esa santa del cielo, tan joven... Bueno, sus ochenta ya tendrá, ¿eh? Tenía, tenía, que no está entre nosostros. ¿Y sabe usted de qué fue? La voluntad de Dios, por supuesto, aunque el anís tampoco le hizo un favor. ¡Jesús!, ¿pero es que la vieja bebía? Dicen que más que bañar los bizcochos, los ahogaba, y eso suena a gula y a vicio. ¡Snifff. snifff, qué dolor, Señor, no somos nada! (suspiro corto) Y dame también un kilito de naranjas,  de las de zumo, no secas cono las del lunes..."
Pero aquel día pasaban las horas y, apostada a la ventana, no lograba vislumbrar el ansiado conocido que le revelara la identidad del finado. La calle estaba cada vez más llena de gente extraña que, sin embargo, guardaba cierta semejanza, el llamado aire de familia, con muchos del pueblo. Aquellas caras le sonaban de algo, sí, mas no podía encontrar la relación. Entonces, no pudiendo aguantar más, bajó del cuarto y salió fuera. Ahora los desconocidos la miraron todos fijamente, la rodearon como si fuera el día de su cumpleaños, saludándola, acogiéndola, y le transmitieron sin hablar que ya no volvería a estar tan sola que tuviera que espiar las vidas y muertes de los otros. Porque había sido ella la muerta esta vez.

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