Buscar este blog

martes, 24 de septiembre de 2013

CLARIDAD VERSUS CARIDAD

Se había chapado en varias páginas de internet en la biblioteca pública la brillante idea de aquel mecánico brasileiro llamado Alfredo Moser para dar luz gratuita, limpia y no electrocutante a los pobres del mundo durante el día, y joder si lo iba a poner en práctica aquella misma tarde en su barrio. Tenía todo el tiempo que le dejaba el paro; energía y maña para buscar en la basura y preparar los materiales necesarios, así como cientos de vecinos-clientes que, en la oscuridad de sus chozas, le agradecerían mucho poder distinguir a sus bebés de las enormes ratas pululantes. Únicamente precisaba acumular botellas de plástico de las de dos litros, limpiarlas a conciencia sin rayarlas, llenarlas con agua transparente del regato y un par de tapones de cloro —al parecer, para que el líquido no criase verdín— y pegar en los huecos hechos en las cubiertas de chapa algo de resina de poliester para acomodar los originales focos. La claridad del sol exterior sería, después, la que obraría el milagro refractando la luz en el agua y esparciendo en las viviendas una luminosidad de entre veinte y sesenta vatios cada una. Sin subidas de tensión, ni de recibos, sin cataratas de sus viejos...
Aunque al final no fueron de plástico los recipientes que apiló aquella tarde, sino de cristal; ni fue agua la sustancia que los llenó, sino gasolina y aceite de motor empapando una mecha; y mucho menos fue Moser el filántropo conmemorado aquella noche contra la tapia del Ministerio de Trabajo, sino Molotov. Porque en la televisión de una cafetería del centro pudo ver desde la puerta el último y sesudo programa ideado por el canal gubernamental para combatir el desempleo: padres de familia llorando y pidiendo la voluntad a televidentes tan pobres como ellos con el fin de abrir un negocio, mientras los bancos se cruzan de brazos y salen en los anuncios.
—¡Tomad caridad, cabrones!

No hay comentarios:

Publicar un comentario