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jueves, 12 de septiembre de 2013

DE UNIFORME EN COLE PÚBLICO

El batallón de chiquillos pululantes y convulsos se contorsionaba en forma de fila irregular, a veces imposible, a las puertas del colegio en el primer día de la vuelta postvacacional a las aulas, mientras las grullas que eran sus padres lagrimeaban en solidaridad ante la galería o escapaban con la excusa del mal aparcamiento y los pitidos de las otras avecillas nidificantes. Aquella multitud de diminutos futuros cabrones y lerchas, marcados por su especificidad genética a imagen y semejanza de los progenitores que los habían hecho, parido y apenas educado, iban curiosamente todos uniformemente acelerados, además de vestidos de pantalón o falda gris marengo en sus miembros inferiores, y de polos camiseros color níveo cubiertos por chaquetas azul marinero sobre sus frágiles tórax y brazos. No portaban, no obstante, en sus pechos icono alguno que los clasificara como hijos de notables, es decir pagadores de enseñanza privada, y por tanto, alumnos de los más caros colegios de la ciudad. Por otra parte, y a no ser que desde mi paso por sus clases le hubiesen cambiado el alma, aquel cole de mis entretelas infantiles era público; así que, algo fallaba en mi observación desde el coche a la espera exasperante de que pasase de una vez el aluvión parental de besos y adioses, y pudiese yo aparcar tranquilamente frente al curro. Mi compañera de escritorio, madre por las tardes, algo más tarde me sacó de la fastidiosa duda. Pues resulta que en la Asociación de Padres, unos cuantos lumbreras habían pensado la feliz idea de mandar a sus retoños todos y todas vestidos y vestidas iguales, cual uniforme, para ahorrarse gastar la ropa habitual. Qué brillante, sencillo y ahorrativo. ¿Y por qué —pregunté yo en mi condición de no madre, ingrata a la especie— eso no lo hace cada familia por separado, sin tener que ir todos vestidos de maristas o jesuitinas? ¿Por qué no se compra cada familia un par de vaqueros de oferta y dos jerseis de cualquier color y esas prendas las reserva para ir todos los días al cole, dejando tambíén de gastar la ropa nueva sin tener que pasar quebraderos de cabeza cada mañana los padres poco estilistas? ¿Por qué ir de pijo si no eres pijo?
Mi compañera se rió y continuó trabajando imaginándose la ingrata visión de que solamente su pequeñín llevase la misma ropa todos los días.

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