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martes, 27 de agosto de 2013

ORGASMO DE NUBE

Nube alargó con pereza sus extremos algodonosos en todo lo que daba su enorme envergadura celestial y se sintió completamente húmeda, a punto. Cargada de electrones en espiral, inquietos como libidinosas perdices e inestables como el sube y baja de aire caliente y frío que la embargaba, Nube Cumulonimba trató de concentrarse en observar en tierra la agostada ladera montuna que yacía a sus pies, postrada como un corderillo famélico a la espera del maná que anunciaban sus grávidos pechos. En aquella época final del verano, cuando a la luna la llamaban ya los crápulas y bonvivants señora del vino, y cuando las noches se volvían cada vez más frías, sin embargo, la calidez del día continuaba haciendo madurar en sazón las uvas colgantes de las parras a la espera de ser desgajadas del racimo de la mano experta del  vendimiador. Y aún a veces directas a su boca sabia. 
En ese agosto postrero, Nube sintió en su ser, ya sin poder contenerse, la suma plena y caliente de miles de millones y millones de gotas transpiradas por las hojas verdes, sudadas por las bestias carnosas, salpicadas por las olas saladas del mar batiente, al tiempo que era sorprendida por una gélida corriente de aire terrestre que la atravesaba de parte a parte, traicionera y subyugante. Entonces oyó quebrarse en su entraña los hielos de plasma temblorosos y estrellarse contra el suelo vertiginosamente, liberando toda la energía desatada del rayo, toda la humedad de la lluvia, ionizando molécula a molécula el infinito entero.

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