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miércoles, 7 de agosto de 2013

HAMBURGUESAS DE MIERDA

A Pastora la iban a liquidar. Solamente le dirían que era una cagona y que su mierda tan abundante y pastosa generaba demasiado CO2, o sea, tanto anhídrido carbónico o dióxido de carbono, que estaba matando la capa de ozono, insensata. Pastora nada sabía del efecto invernadero ni del metano, ni mucho menos del calentamiento global o la madre que los parió a todos, puesto que ella únicamente se dedicaba, hora tras hora, jornada tras jornada, a lo que su instinto y el de sus ancestros les había dictado durante siglos, a saber: a pastar dócil y tranquilamente la hierba verde y húmeda del noroeste, a tumbarse un poquito aquí y otro  poquito allá, o a dormir donde el sueño la cogiere sin parar nunca de rumiar, que para eso era una vaca. Pues, lo dicho, Pastora, ese pedazo de ejemplar de cinco toneladas de rubia gallega sabrosona y color canela, al enterarse de su despido, alzó alternativamente su larga lengua hacia las dos fosas nasales del morro en varias ocasiones, puso ojos de vaca, es decir, ojos tiernos, vastos, inmensos de mansedumbre, acuosos y ajenos a cualquier estupidez humana, y acto seguido, levantando el rabo alegre, dejó caer una plúmbea bosta que se estampó contra el suelo cual tarta temblona. 
Entonces, los tecnobiólogos del laboratorio se quedaron un buen rato mirando atentamente aquella fresca y exuberante materia parda de redondeada forma, triunfantemente jugosa sobre la hierba verde, rozagante, humeante, lozana y poderosa. Y cayeron en la cuenta de que aquella bosta era mucho más apetecible que la mierda de hamburguesa in vitro en la que habían invertido un mes y trescientos mil dólares.

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