Buscar este blog

jueves, 8 de agosto de 2013

GRANDE CARBALLO

El abuelo árbol iba poco a poco desgajando sus retorcidas raíces de la madre tierra que se las había cobijado más de quinientos años. A los nietos arbolitos les resultaba casi obsceno tener que presenciar como su mayestático ancestro dejaba al aire sus vergüenzas radicales sin inmutarse lo más mínimo, más bien, con una sonrisa floja que poco tenía que ver con el gran carvallo, todo rectitud y verticalidad inamovible que siempre había sido. Pero es que el gran roble se moría —nadie lo ignoraba— aunque su familia quisiera orohibírselo proponiéndole jueguecitos de intelecto y memoria que no lo dejaban en paz ni siquiera durante la fotosíntesis.
—A ver, Yayo, repite estas palabras: pez, ventana, manzana... ahora al revés...
—Ídevos tomar polo cu! —repetía en el idioma de los viejos carvallos, casi extinto— a sus hijos o nietos o sobrinos que lo importunaban a deshora— Deixádeme morrer! Eu son o Grande Carballo da Chousa, a morada do deus Baal, o deus do monte todo, e quero ser herba! (1)
Pero sus familiares volvían una y otra vez a abordarlo con las formulitas mnemotécticas prescritas por el nenúfar psiquiatra. Hasta que una mañana de San Juan, justo antes de rayar el día, un bisnieto alargó cuanto pudo su joven raíz desplegable bajo la tierra para saludar a su bisabuelo, sin embargo ya no halló ninguna de las centenarias agarraderas, sino que allí sólo habían un enorme laberinto surcado de cavernas huecas. El abuelo había liberado todos sus anclajes y había partido hacia la mar en calma, por fin. En su lugar, sobre la superficie, trillones de briznas de hierba tapizaban el terreno escribiendo una sola palabra: Baal. 

(1) —¡Idos a tomar por culo! (...) Dejadme morir. ¡Yo soy el Gran Roble da Chousa, la morada del dios Baal, del dios de todo el monte, y quiero ser hierba!

No hay comentarios:

Publicar un comentario