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lunes, 12 de agosto de 2013

EL VALLE DE LOS DESEOS Y EL ERIAL DE LA FORTUNA

Hay un valle encantado y encantador en San Román de Moeche —comarca de Ferrolterra— en la que cualquier noche clara de verano, no solamente del diez de agosto, una puede cansarse de contar estrellas fugaces, o de pedir deseos al cielo, que es su consecuencia, porque allí es —seguro— donde van a morir todos los meteoritos luminosos. El único requisito consiste en estar tumbada sobre la hierba boca arriba, mejor en buena y conocida compaña, no vaya a ser que como a Dánae, llegue Zeus en forma de lluvia de oro, y nos empreñe de un Perseo vengador. En Moeche, hasta puede una olvidar que ha ido allí a contar lágrimas de San Lorenzo porque el cielo se vuelve una catarata de refulgentes fuegos artificiales mudos que todo lo invaden y desaparece el sentido mismo de la vista. Lo que sí permanece siempre vívido en nosotros es la magia de aquel valle medieval y esotérico.
Algo muy similar ocurre en el campo magnético de A Reborica, en Aranga, conocido como Casoupo, donde prolifera la suerte en la multiplicación infinita de sus incontables tréboles de cuatro hojas, nacidos en apenas dos ferrados —872 metros cuadrados—. Para el zaorí de un grupo de niños de entre 11 y 16 años, de vacaciones en los setenta, puestos hasta las cejas de coca-cola y hormonas descontroladas, encontrar el primer ejemplar supuso una rotunda victoria. Pero ver cómo todos y cada uno de los diez primos restantes hallaba su tetrafolio particular,  se convirtió en la epopeya familiar de ascender al vórtice de la diosa Fortuna misma, de penetrar al santasantorum del bosque, de agarrar un subidón más grande que el del primer pitillo —Fortuna, por cierto— fumado también en la misma leira.
Seguro que en muchos lugares hay fuerzas telúricas extraordinarias, pero hay que ser algo meiga y gallega para detectarlas.

Fuente: Wikipedia.


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