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martes, 30 de julio de 2013

EL MAYOR DE LOS DEBERES

—Tengo hambre —dice la niña a la cajera del supermercado de barrio mientras mira con ojos brillantes los cruasanes industriales que la trabajadora tiene que ofrecer a los clientes al cobrarles y antes de que abandonen el establecimiento.
La madura cajera se revuelve en la plana y dura silla como si esta quemara o tuviese cuchillas de hielo en el asiento.
—Nena, ¿y tu mamá? —le pregunta inútilmente para ganar tiempo, pues ya conoce la respuesta que va a darle aquella mocosuela, mal vestida, peor peinada, con los pies descalzos.
–No sé. Tengo hambre —repite la chiquilla cada vez más cerca.
—Coge uno y corre —le susurra en un suspiro la mujer mientras, sin mirarla, finge abrir los tubos de monedas para el cambio con aire distraído.
La niña no se lo piensa dos veces: alarga la manito y atenaza el cruasán más grande de la caja, comenzando ya a correr hacia la puerta, sin olvidar despedirse como le había enseñado aquella madre que hoy ignoraba dónde podría estar.
—Gracias.
La mueca de pavor que adoptó la cara de la cajera quedó también reflejada en la grabación de la cámara de seguridad. El encargado, desde su despacho, levantó entonces el teléfono con el que iba a anunciarle el despido procedente, no sin antes escuchar el "de nada" relajado de una mujer satisfecha  consigo y aliviada ya de toda presión.

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