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jueves, 27 de junio de 2013

TUMBAS VERTICALES

Ya os lo dijo Evaristo, ese punk de mierda listo como un ajo, "podéis quemar el mundo entero, pero no queméis nunca un cajero". Gilipollas, estabais advertidos de que soy el símbolo improfanable del único dios que todos adoráis sin empacho: la pasta. Si pasas un minuto más de lo imprescindible en los dosificadores de dinero o vampiros —como algún espabilado nos llama—, es porque quieres dormir a nuestro calor, follar sobre nuestras teclas, o ponernos una bomba lapa, así que enseguida salta la alarma y vienen los seguratas a arrojarte fuera, por mendigo, por fornicador o por terrorista. No hay más. 
También os lo mostró Mercero en el 72 con aquel corto que os dio pavor e hizo que no volvierais a cerrar jamás la puerta de cristal cuando llamabais a mamá por teléfono en la calle. Pero, estúpidos, no lo entendisteis: La Cabina. Otro espacio sagrado, asfixiante, que homenajeaba al demiurgo del progreso tecnológico y su poder omnímodo ante la frágil voluntad humana.  Tiempos han venido que os han hecho depender de la jaula cerebral de vuestros móviles: en casa, en el coche, en el curro, en la playa, en la cama, en el váter, en la mortaja... 
Tumbas verticales y urbanas todas ellas, también la del rectangular confesionario católico al que acuden obligatoria y puntualmente los pecadores a pagar por sus culpas con arrepentidos golpes en el pecho. Las tres C de Capital: cajero, cabina, confesionario. Todas embaucan con su recoleto espacio, su paz ajena al mundanal ruido del tráfico y sus rituales pseudo fecundos. Acaso la respuesta a Ave María Purísima, ¿no es sin pecado CONCEBIDA? Y qué decir del METE-SACA de la tarjeta de crédito, o de aquel INTRODUCIR EL DEDO en el redondo marcador rotativo de los viejos teléfonos y sentir cómo se retrodeslizaba... ¡Viva lo táctil!
La era de las tumbas verticales ha pasado sin que os enterarais de nada, mamones. Ahora la religión, el dinero y el poder nos vamos a meter en un chip biológico para dirigir vuestra mente. A ver cómo reventáis entonces el puto cajero.

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