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miércoles, 22 de mayo de 2013

DOLOR DE PEDESTAL

lEn el Estado de Ñapaes, al borde de la tierra más vieja del mundo, comparece al mediodía la chamán elegida por los dioses para dictar a la tribu las únicas medidas que pueden salvarles de la extinción total. Como la comunidad está muy ocupada apostando por quién habrá de convertirse en ganador final de los grandiosos y anuales juegos de invierno, un selecto grupo de mensajeros se reúnen con ella para recoger —sin variar ni una sola coma— y luego transcribir al resto fidedignamente sus dictados. Tampoco se permiten preguntas a esta sacerdotisa dolorida durante el ritual, puesto que distraerían su trance divino desencadenando una furia más catastrófica que la propia desaparición del Estado. 
Hoy se ocupa de la salud de la tribu, en concreto de aquellos molestos individuos que, todavía en edad de ejercer una actividad productiva prolongada —si es que la hubiere— han nacido o se han convertido en irreparablemente defectuosos, por lo cual, a la comunidad le cuesta más mantenerlos vivos que el tiro que los mataría.
-... viéndonos así abocados a acotar, que no decimos retirar, paulatinamente, los costosos medicamentos de los que muchos enfermos crónicos hacen acopio innecesario en sus casas —seguramente trapicheando con ellos en el mercado ilegal— no nos temblará la mano en elevar su precio un 100% para garantizar la Seguridad Social nacional, caiga quien caiga.
La práctica totalidad de los amanuenses garabatea notas sin levantar cabeza ante las sentenciosas palabras de la vestal, cuando un recién estrenado mensajero, pálido, sudoroso, se palmea la frente de golpe y exclama feliz:
-¡Claro, un finiquito ... de salud... en diferido!
La dolorosa demiurga sonríe mayestática desde lo alto de su pedestal y asiente aliviada.



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