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lunes, 27 de mayo de 2013

ANOSMIA

La señora flatulenta vuelve a intentar, por undécima vez, erguirse del sillón donde está incrustada, lo que parece provocar discontinuos efluvios de mofeta a más de cinco metros en derredor. El resto de los presentes en la sala de estar simulamos al unísono oportunísimas llamadas de móviles,  precipitándonos en tropel hacia la puerta automática que, castigadora, se bloquea dejándonos estampados en el cristal las frentes de unos, las mejillas de otros, las gafas de muchos y la cobarde intención de todos.
Solamente una chiquilla punk, menuda y afilada cual la Salander de las corrientes de aire, osa acercarse a la varada ballena y le ofrece un brazo ganchudo que se transforma allí mismo en inusitada grúa. Avergonzadamente rojos, los demás admiramos la valentía incomparable, la imposible fuerza desplegada y la todavía más insospechada falta de olfato de la chica. No así de la anciana, que, ya en pie, pregunta al oído a su única benefactora:
-Querida, ¿ha sido usted quien se fue de copas o tal vez alguno de estos desvergonzados que no dejan de observarnos?
-He sido yo, sí, todas las veces, pero ellos te echaban la culpa a ti. Son idiotas–responde también en bajo la punky.
Y salen juntas desternillándose.

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