Murió naciendo por mil y una vez repetidas.
Despertó fichando en su imaginación obsoleta,
sumando ocho más a la pila de horas perdidas
y jamás supo averiguar de donde venía el golpe.
No era el ave Fénix majestuoso de su odisea,
ni el héroe que comanda la partida a galeras,
no quiso ser el padre de sí mismo, ni el hijo,
y se quedó viéndose individuo entre paréntesis.
La realidad era su propia evolución creciendo
en la cuna que otros empoderados le forjaron;
bebió la leche condensada de una teta soñada
crispándose sus carnes de orines lacerantes
cuando se percató de que no había más pañales.
Rojo inválido sin revolución,
niño sin pulmones abiertos,
cachete absurdo de silencio
en paritorio de extremaunción.
Grandes señales había el día que feneciste:
otro mundo se asomaba al siguiente recodo
y ángeles anunciaban tu partida con desdoro,
anticristo de titanes, leviatanes y alatristes.
Tampoco te fuiste solemne por la vereda verde
del bolero abigarrado de espanto y esparto,
sino que te quedaste, putrefacto, vegetando
en bambalinas de tu propio y miserable acto.
Multitud fuiste, diablo de mil patas, llamado,
Baby boom consagrado al dios del mañana
si es que existiera como lo habías diseñado.
Cuarenta almas, cuarenta, por cada aulario,
ensambladas en la cadena de producción.
Memoria retahilada de godos,
de reyes, fechas, capitales,
de fórmulas falaces de un sueño
que tiende a épsilon sin finales.
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