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martes, 24 de junio de 2014

FRUTA ÁCIDA

La mujer cuarentona no dejaba de abroncarla. Aquel labio superior, rojo como la manzana de Blancanieves, se alzó de un solo lado mostrando un canino níveo, afilado, mojado de rabia. Fue la inequívoca señal que precipitó el súbito gesto de la hasta ahora adorable muchacha morena de la frutería. Con dos pulgares y dos índices como tenazas de podar tiró apretando con determinación de los dos arillos de plata que su jefa pechugona lucía vanidosa entre las naranjas —uno visible en el lóbulo de la oreja izquierda, y el otro claramente detectable bajo la ceñida camiseta de lycra verde pistacho, atravesado en el pezón derecho— hasta quedarse con ambos piercings chorreantes de sangre en las manos enguantadas. 

La caja registradora abierta comenzó a pitar a coro con la agonía de su dueña tirada en el suelo, mientras la joven le arrojaba encima el delantal de limones amarillos y salía por la puerta. 

—Vete a explotar a tu puta madre. 



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