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martes, 13 de mayo de 2014

VIEJAS Y NUEVAS ARTESANAS

Los cerditos y cerditas se afanaban en buscar gomitas de colores para tejer sus sueños de pulseras, anillos, cinturones... "Mamá cerda no nos deja hacernos collares porque podemos ahogarnos jugando, ¿verdad?"—insistía Cuca a la tía Rancha o a todo el que quisiera escucharla en el prado—. Con sus dos uñas en alto —por eso los chanchitos eran llamados artiodáctilos o de pezuña partida— los pequeñuelos iban acumulando en ellas arandelas blandas dobladas en forma de ocho o sin doblar, dispuestas en aro simple, hasta que con la otra pata y ayudados por un ganchillo, agarraban vueltas de goma hacia arriba e iban conformando  elásticas cintas de diversas longitudes y espesores. 

Aquel tipo de new artesanía con materia prima industrial se había puesto de moda muy rápidamente en todas las granjas del Estado Porcino. Por su parte, los numerosos y diminutos artesanos gustaban de regalar sus óperas primas a los familiares más directos, pero en cuanto ya habían colmado a estos de pseudojoyas multicolores, preferían vender el excedente de producción en mercadillos de barrio, a la puerta del cerdicole o en páginas warreb que les buscaban sus más avezados hermanos mayores. Y era este aspecto mercader y poco tradicional de los nietos lo que no gustaba demasiado a las viejas yayas chanchas, fieras defensoras del ganchillar el hilo de toda la vida y de ser ellas las que regalasen chaquetitas, gorritos y otras lindezas a los rorros. Por no hablar de que no tenían ni idea de cómo se tejían aquel diablo de  pulseras chinas.

Cuando llegó la hora de la merienda, los guarrillos dejaron a un lado sus tareas y se fueron alegremente bajo las encinas y robles a buscar riquísimas bellotas o castañas con las que criar su estirpe de pata negra. Fue el momento que las ancianas guardesas de la piara aprovecharon para hacer desaparecer todas las gomitas abandonadas en la hierba y siguieron merodeando la zona como si nada. Cuca dio la voz de alarma:

—Las gomitas... ¿dónde están? No podremos hacer mercado... Buahhhh...

Pero su hermana mayor Diana, que había visto por el rabillo del ojo la treta, le respondió tranquila, retando a las grandes cerdas :

—No te preocupes, ya compraremos más gomitas. Hoy, como no tenemos pulseras, venderemos los encajes que nos hicieron las abuelas, ya que nunca los utilizamos. 

—Aquí están —gritó entonces una chancha que traía una lagrimilla resbalando por su arrugada mejilla.



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