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miércoles, 7 de mayo de 2014

EL FULAR

Entró con los vaqueros deshilachados en las rodillas y las camperas desgarradas a zarpazos, no sabía si por efecto del paro o de la moda. Iba  pulcramente peinada con una cola de caballo elevada en la coronilla, desde la que descendía hasta media espalda la recta coleta cobriza. No estaba maquillada, apenas entreveía una leve sombra marrón en los labios, y no olía a nada, como el agua. La cubría una gabardina atemporal, verde clara, de esas que pueden llevar veinte años o veinte días colgadas en el armario de casa, sin denotar por tanto preocupación por las tendencias u olvido de ellas. Y decoraba su cuello con un fular desmadejado color tierra que, tanto la cubría del frío como le daba un toque discordante, a juego quizás con el roto del pantalón. Sus respuestas fueron correctas y amables, convenientes para un puesto de atención al público, así que finalmente se decidió a contratarla. Solamente cuando la vio marcharse por la puerta con una sonrisa en los labios descubrió, al ver en blanco el apartado del domicilio actual, que acababa de contratar a una mendiga. Y entonces le entró pánico por la ambigüedad de la vida. 




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