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miércoles, 9 de abril de 2014

SIMILICADENCIA

A las tres caladas supo que aquello iba mal, muy mal, que el corazón se le acogotaba en un baile desacompasado y que una fuerza de gravedad multiplicada por cien mil tiraba de ella hacia el centro de la tierra. Quiso apearse de aquel estúpido viaje en alfombra mágica, acudir a urgencias, que le dieran algo que la bajara de una puta vez, pero las habichuelas triposas la habían sumido en un vuelo   hasta la copa del roble más alto de la extensa selva que se extendía por donde alcanzaba su vista: temió no volver a bajar nunca. Supo que se había muerto de un infarto o un ictus o cualquier otra cosa súbita, pero por alguna extraña razón que le corroía el caletre, podía seguir moviéndose, hablar —hasta en lenguas desconocidas, como si estuviera endemoniada—y observar el comportamiento de los otros viajeros de su avión destino Jamaica. Entonces se calmó pensando que si ya la había palmado, no tenía por qué preocuparse, ya nada peor le podía suceder, y se distrajo un rato mirando por la ventanilla de aquel extraño medio de locomoción sensitivo-subjetiva. Concluyó que todo era una pura armonía, a poco que lo pensara, tan hermosa y tan simple en su complejidad... 

Los vuelos de las faldas de las protagonistas de sus películas de infancia al danzar eran similares al ala aleve del leve abanico que formaban las aliteraciones sonoras de los poemas de Rubén Darío; los signos líticos de los milenarios canteros que labraron la piedra en cualquier cultura arquitectónica a este y al otro lado del océano compartían un mismo significado dirigido a quien los estudiara embobado: "¿qué cojones miras?" repetían aquellas marcas de autor desde los capiteles, los arcos apuntados o las columnas barrocas a quienes aún no habían firmado su ópera prima; mientras uno escribe su única carta verdadera y vital va pensando en todo lo que quiere contar en ella, al tiempo que sabe que la tinta se acabará en algún momento, por ello habrá cosas que queden fuera del folio y otras, dentro, de forma que hay que elegir bien las importantes, las que nos definan, porque cuando el estilo se quede indefectiblemente seco, si nuestra carta no nos complace, quedaremos atrapados entre las sombras de la Santa Compaña. 

Comenzó a gritar enloquecida que quizá no estuviese muerta aún. 



Imagen de http://blogs.estrellagalicia.es/rickydepor/files/2012/02/hermanos.jpg


3 comentarios:

  1. Muy bueno...!!! me encantó este viaje alucinante al mundo de los oníricos acordes. Te felicito y comparto Sabela

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  2. me ha gustado. casi se puede decir que he salido colocado. saludos

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  3. Compartido a http://enlazamehoy.blogspot.mx/ con gusto, gracias xabelia.

    PTB

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