Buscar este blog

miércoles, 26 de marzo de 2014

POSOS RUBÍ


"Estaba deleitándome con un vino de Navarra cuando sonó el teléfono. Me pasó el inalámbrico y me dijo: es mi madre. Dice que ha encontrado una botella con un mensaje tuyo… “ 

La copa se hizo trizas entre mis manos crispadas. La puta bruja, en nuestra ausencia, se había atrevido a descorchar aquel cosecha del 82, la añada embotellada para mi primera boda. Ahora los rojos gemelos de rubíes del pobre Juan, móviles del robo y posterior crimen en aquel callejón desierto según la policía y la opinión pública, habrían emergido del fondo de la botella y estarían en poder de mi suegra. Después de veinte años de un depurado crimen, el pasado quería truncar mis próximas expectativas de enviudar y heredar solo una vez más... Mierda, sé que fue un error conservar los carísimos gemelos, pero es mi sello personal de asesinar, igual que mi predilección por los guapos vinateros navarros. 
Pese a la furia que sentía, cogí el auricular con una amplia sonrisa y una palma sangrante, mientras Pedro, mi marido, avisaba al servivio de limpieza. Sabía perfectamente lo que la vieja quería de mí, pero me quedaba una baza por jugar.
—Lárgate tan lejos de mi hijito que no pueda oler tu peste a azufre nunca más, zorra del demonio, o te mando directa al corredor de la muerte —me espetó.
—¿Ya lo has celebrado, mami? ¿No te has tomado una copita a mi salud?
—Pues, claro, pendeja, tengo la botella mediada y los rubíes agarrados en mi puño; ojalá fueran tus ovarios.
—Vale, vale, que le aproveche, entonces. Y gracias por la llamada.
Respiré tranquila. En mi modus operandi también estaba la costumbre de envenenar los vinos que guardaban celosamente mis secretos. 


1 comentario:

  1. Buen escrito! las suegras...no se puede vivir con ellas...ni con ellas.

    ResponderEliminar