La escena mostraba a Pepe, un hombre vestido de color uniforme, tirado en el suelo, quejoso y seguramente dolorido, en medio de la tangana formada por los irreconciliables contrincantes de ambos bandos. Unos celebraban aún un tanto crucial conseguido por los suyos mientras los otros bufaban pestes por sacarse ventaja cuanto antes. El campo de batalla olía a sudor, a testosterona, a bilis y a chispas de pólvora en el momento de estallar. La bota de Jordi, de pie a su lado, aplastó sin pudor la cabeza de un Pepe horizontal, humillado en ese concreto segundo pero humillador en otros muchos.
Había empezado la primavera, pero aquel campo estaba segado de flores de consenso. El público, parapetado tras el televisor, mañana criticaría a todos y se enzarzaría en luchas dialécticas de bar, pero jamás movería un dedo por cambiar las cosas. Corría el 22 de marzo de 2014 en Ñapaes; Pepe era un antidisturbio caído, y Jordi, un encapuchado encabronado, pero que se comportaran como futbolistas millonarios ¿qué cojones le importaba a nadie?
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