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miércoles, 5 de marzo de 2014

NADIE LO SABÍA

En un país cualquiera de la fría y vieja Europa, una parte de los ciudadanos, los descreídos, salía puntualmente a la calle todas las mañanas como un exabrupto y no regresaba a su casa hasta haber quemado con su ira varias oficinas bancarias y cuantas delegaciones de multinacionales encontraba a su paso. No tenían objetivo a la vista, nadie iba a volver a contarles patrañas porque le cortarían la lengua en ese mismo momento y solamente soñaban con borrar de una vez la corrupción que les impedía trabajar, enamorarse, buscar una vivienda, emborracharse los fines de semana y sentirse dueños de sus vidas. Otra parte de la población era antigubernamental y odiaba profundamente al presidente que ahora mismo regía la nación, así como amaba con toda su alma al jefe de la oposición que había perdido las últimas elecciones. Por ello, aplaudía los actos subversivos en que lucían las banderolas de su color, condenaba la corrupción cuando favorecía a sus oponentes, en tanto castigaba a la ideología reinante con hogueras en ministerios, consejerías y ayuntamientos. Eso sí, cuando la racha cambiaba y su partido alcanzaba el poder, este votante se convertía en el ciudadano modélico premiado por la corrupción y atacado por las hordas opositoras. 

Con este panorama, la fría y vieja Europa se extinguía entre ciudadanos sin apetencia alguna de futuro y ciudadanos anclados en un pasado de alternantes prebendas políticas que se iban descabezando paulatinamente.

Y lo peor de todo era que nadie sabía lo que iba a pasar. 




Imagen: "El rapto de Europa" de Tiziano.


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