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lunes, 10 de marzo de 2014

EL ROJO

Dos filas reticulares de neuronas se le fundieron a la Yaya Lela aquel sábado. Sin dar más razones que un críptico "no tengo ganas de estar con quien viste de color rojo", se desató el delantal, posó sus ojos azules en algún punto perdido del horizonte, muy por encima de los haces negros que sus dos nietos menores le lanzaban perplejos desde el suelo, y salió de la cocina caminando en zapatillas hacia la locura. Su familia respetó su decisión y su ayuno, pues no pudieron entender qué le sucedía, especialmente cuando ninguno de los presentes vestía el  color tabú, pero interpretaron aquel comportamiento peculiar como el de una chiquillada crepuscular, sin darle más importancia. 

La todopoderosa patrona había regido con pulso firme sus vidas hasta el tercer grado de consanguineidad o filiación. Jamás había dado su brazo a torcer y siempre había aconsejado, a cada uno de ellos en cualquier situación, la opción más conveniente. Cuando, cuatro día después, un vecino la halló agazapada y sucia en el monte, durmiendo en una cueva de osos abandonada, y la llevó a casa, sus hijos la recibieron como si llegase de unas merecidas vacaciones en el Caribe. La lavaron, la peinaron, la vistieron con su mejor bata y la sentaron en el sillón principal del salón, adonde seguían acudiendo continuamente a pedirle imposibles consejos. Y así transcurrieron las cosas durante tres meses, hasta que la Yaya Lela murió de inanición voluntaria y su nieta mayor asumió las pesadas riendas familiares. Eso sí, nadie volvió a vestir el rojo en su presencia.


Escultura olmeca conocida como "La Abuelita". La Venta. Tabasco. México. 

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