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viernes, 21 de febrero de 2014

HOMO HOMINE LUPUS

Curiosamente, el departamento de RRHH de la firma se encontraba en el sótano de aquel impresionante edificio de absoluto cristal. Desde tres calles más abajo se distinguían perfectamente los despachos y salones externos por los que bullían las siluetas como hormiguitas negras, adecuadamente vestidas y operantes: unas llamaban por teléfono absortas, otras estrechaban manos francas despidiendo a sus interlocutores ante el ascensor, y otras levantaban dedos competidores ante el  orador que exponía su presentación empuñando bolígrafos afilados. 

El candidato llamó con dos toques a la puerta de formica y giró el pomo. Pasó saludando con un tímido "buenos días" a una estancia vacía en semi penumbra, solamente ocupada por una zanja de obra en el centro. Se acercó atraído por una cálida voz que no cesaba de argumentar virtudes de algún desconocido producto a algún desconocido interlocutor entre sonrisas y zalamerías. Una mano en alto, al verlo, le indicó que aguardase. En efecto, el candidato hubo de esperar casi dos minutos a que se cerrase la venta, en tanto distraía sus ojos tratando de distinguir los objetos que lo rodeaban. En mitad de la zanja embarrada, a dos metros más abajo del nivel del suelo, tenía montado el puesto de trabajo la mujer de la voz aterciopelada, cuyo traje chaqueta de impecable corte sastre apenas lucía ya entre chorretones de tierra mojada, desgarrones del paño y oscuras manchas inexplicables. 

El candidato apretó los puños dentro de su americana y miró en derredor tratando de descubrir el engaño, la broma pesada... pero siguió allí de pie, con sus zapatos castellanos apretándole los juanetes y su hipoteca basura cargada a la espalda, tratando de descifrar las claves absurdas del nuevo sistema laboral. Llevaba más de un año en el paro y parecía desconocer el mundo que lo rodeaba. No podía distinguir bien los bordes de aquel extraño boquete abierto en mitad del sótano, mucho menos intuir sus razones, pero adivinaba en el runrun lejano y sordo que venía de la oscuridad más negra el movimiento lento de otros seres atareados, trabajando o arrastrándose en el trabajo. 

—Juan Fernandez, ¿no es así? —inquirió la mujer sorprendiéndolo— Viene usted por el puesto de "Asesor en el departamento comercial". 

Juan asintió tragando saliva, sin poder emitir una frase ni apartar la vista del ojo azul derecho de su entrevistadora, que había caído sobre el teclado. Ella, rauda, lo cogió con una mano de tres dedos con uñas pintadas de rojo y lo arrojó hacia atrás en parábola hacia la negritud de la zanja. Continuó hablando melosa: 

—Como ve, aquí en el sótano de la empresa las cosas no son como ahí fuera, bajo la luz del sol. No quiero engañarlo, Juan. El trabajo lo devora a uno y a todo lo que le rodea, especialmente a los clientes que conseguimos con tanto esfuerzo y engaño, así que hay que buscar rápidamente otros para poder seguir alimentándonos. Cada vez somos más devoradores. 

Ahora sí podía distinguir el candidato las sombras que se acercaban renqueantes desde los bordes de la zanja hacia sus mesas de trabajo detrás de la mujer. Afanosos en su insaciable voracidad de clientes, las bocas descarnadas de aquellos seres monstruosos se pegaban al teléfono como ventosas pulposas y no cesaban en su empeño hasta haber conseguido una cita o un contrato. 

—Salte con nosotros, Juan. No es tan doloroso tras el tercer día. Son ellos o usted, un bienestar por otro. Todos es imposible. Y le garantizo que si consigue los objetivos marcados, en dos meses estará ahí arriba, en el octavo o noveno piso, disfrutando de un despacho soleado, una cara nueva y atractiva que no se le pudrirá a cachos  y un cerebro afinado gracias a la materia gris de otros que se ha comido aquí abajo. ¿Qué puede perder si solo le quedan dos meses de paro y sus ahorros se los vamos a hacer gastar en alguno de nuestros productos, sí o sí? Elija usted ser lobo o cordero. 




Imagen http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Francisco_de_Goya,_Saturno_devorando_a_su_hijo_(1819-1823).jpg

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