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viernes, 10 de enero de 2014

RODRÍGUEZ Y EL SUR

Rodríguez empezó y acabará su vida en el mismo lugar: Detroit. Y también del mismo modo: con la sencillez clarividente que da la poesía de la mano de la pobreza a las letras de las canciones. Creyó durante treinta años que estaba muerto y olvidado para la música porque el Norte no supo leer el eco del viento en sus notas y la magia se congeló casi para siempre en el gran lago de los patinadores. Entonces quitó las cuerdas de la guitarra con la que quiso atrapar injusticias y con ellas anudó su caja de Pandora. El poeta fue, pues, un hombre más, un obrero en la ciudad de obreros; un aspirante a cambiar el mundo con herramientas de albañil o alcalde, prosaicas; solo un figurante en las historias cantadas o contadas por otros...

Hasta que el Sur de un continente diferente lo encontró y quiso contarle cuántas veces él había sonado fuerte en las pequeñas victorias contra el apartheid que eran los tocadiscos y las mentes de millones de sudafricanos en huelga, en protesta contra la discriminación. A finales de los noventa ellos pudieron cantarle a Sugar Man sus propias canciones porque eran los himnos de gran parte de sus vidas y ellas los había modelado como hombres libres. Cuando apareció ante el ingente público que jamás soñó teñer, el músico Rodríguez les dijo: "Gracias por mantenerme vivo". Después el ídolo volvería a su casa a seguir siendo solamente un hombre.





1 comentario:

  1. Me ha encantado la historia de este músico estadounidense, recuperada en el documental "Buscando a Sugar Man".

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