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lunes, 13 de enero de 2014

PUNTO DE APOYO

Le caían goterones de grasa sobre la piel, sobre la pena de su futuro, sobre las páginas de unos libros terminados y unas experiencias caducadas que jamás volvería a leer y que tampoco recordaría nunca. Todas sus pertenencias intelectuales se iban obturando de isquemias visibles, pegajosas de polvo y sudor, que temía fregotear con vapor por no evitar su desaparición, pero que tampoco le servirían en aquel estado para sacarlo de la ataraxia acaecida un mal día y denominada desde entonces paro de larga duración. Ni mintiendo en el INEM o falsificando el carné de puntos de desidentidad conseguiría reunir la juventud suficiente para saltar un milímetro más alto que los millones de cabezas igualmente grasientas que veía rodearlo hasta donde el horizonte se perdía en borrachera y depresión. Mejor, que rodaran todas ante la guadaña reluciente de un nuevo agricultor libre y verde de prejuicios viejos. Mejor, que los que marcharon olvidasen para siempre lo que un día fue la morriña. Mejor, que siguiera lloviendo sobre los chorretones grasientos de la campana estractora y que dijésemos al unísono que se están formando estalactitas amarillas a la luz del sol. Mejor, no mover un dedo que tratar de encontrar a ciegas el punto de apoyo que mueve el mundo.




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