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martes, 14 de enero de 2014

LA MANO QUE DA DE COMER

La funcionaria echaba chispas echando cuentas de cómo iba a suplir la falta de las pagas recortadas por el gobierno en este nuevo enero de mierda. Las niñas no podían seguir un día más —ahora que venían las lluvias de invierno en tromba— con las botas del año pasado, de gastaditas y algo agujereadas que estaban, las pobres, por culpa de esos amortiguadores sintéticos de los parques infantiles, que por el culo se los quería meter ella a los amigos proveedores del alcalde... a ver si les rascaba bien rascado el ojete a esos chupatintas. ¡Ay, el día que una tirara de la manta... caía hasta el Cristo colgado en el despacho! Pero, déjate que a Jose le pagaran de una puta vez los quince meses en el bufete del cuñado del secretario municipal, déjate... que, entonces se largaban a la capital donde tenía un contacto,  y ya iba a ir ella soltando, fotocopia por fotocopia a los de la prensa, todos y cada uno de los miles de contratos de urgencia de la concejalía de urbanismo... y las cenas en el Casino de los peces gordos, y todos los puteríos a cuenta de los fondos europeos para empleo de los administrados..., pobres ellos, sus vecinos, con la mayor tasa de paro del país... El día que ella se cabreara de verdad, el día que sus jefes le llenaran de verdad las narices, el día que se levantara revolucionaria... se llevaba a don Anselmo y a toda su comidilla por delante. Por estas. Aunque él en persona le hubiera dado un empujoncito para aprobar su oposición. Aunque mordiera la mano que le dio de comer. Espérate tú.


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