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martes, 21 de enero de 2014

EN NOMBRE DE LA ESPECIE

En el centro del círculo cerrado, ella no osaba bajar la vista hacia las llamas danzantes que la circundaban. Prefería plantar cara a la esfinge roja llamada Especie que alargaba los tentáculos hacia su cuerpo amoratado, torturado a latigazos e insultos durante quién sabe ya cuántos días. De seguro, más de lo que habría tardado el huevo anidado en su útero en crecer media pulgada. Soy mujer —repetía cualquiera que fuera la pregunta de aquellos macabros ancianos del Comité de Castigo a los No-Proliferantes—, soy pro-abortist, nunca he parido ni he tenido ganas de hacerlo;  defiendo y ejerzo la libertad de decidir sobre el propio cuerpo femenino. Y solo salía de sus labios aquel sonsonete de idénticas palabras que también resonaban escritas con tinta roja en las paredes de las calles, roncas en las emisoras de las radios piratas, obvias y ufanas en los manifiestos leídos en concentraciones espontáneas en los baños públicos... 
Hasta que de sus otros labios verticales salieron los goterones sanguinolentos que anunciaban la muerte de su embrión, el que nunca deseó, el que ellos pretendían salvar, el que jamás sucedería a una especie si todos sus individuos rechazaban perpetuarse en un contexto de totalitarismo. 




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