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miércoles, 4 de diciembre de 2013

HILO DE PARCA

Tomó en sus manos el ovillo que daría lugar a una nueva labor, aunque realmente no sabía qué hacer. Se le había agotado la imaginación en crear tantos muñecos; tantos gorritos de colores de verano, de invierno, de entretiempo; tantos bolsitos primorosos donde guardar los secretos de una coqueta existencia de ochenta abriles junto al lápiz de labios morado o la ilusión rebosante de una cría de aros dorados que aún no horadan el lóbulo, que se quedó mirando absorta el recorrido del hilo blanco arrojado al suelo hasta la madeja de donde emanaba, sin reaccionar. Sus manos, como enajenadas, iniciaron maquinales, sin preguntarle, la tarea y ya no volvió a pensar en el asunto hasta que tres día después cortó el último remate con los dientes, estiró la pieza y cerró los ojos al comprobar que era su propia mortaja.


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